Existen dos sondas espaciales que están embarcadas en una misión sin retorno, y que llevan millones de Kilómetros alejadas de la Tierra. Se trata de las Voyager 1 y 2, sondas lanzadas por la NASA en 1977 y que tras casi 40 años aún siguen enviando información a la Tierra.
Las sondas “Voyager”
viajan con destino a las estrellas. Se hallan hoy, en trayectorias de escape
del Sistema Solar, surcando el espacio a razón de casi un millón seiscientos
mil kilómetros diarios. Los campos gravitatorios de Júpiter, Saturno, Urano y
Neptuno las han impulsado a velocidades tan altas que han roto los vínculos que
en otro tiempo los unían con el Sol. ¿Han abandonado ya el Sistema Solar?. La
respuesta depende mucho de cómo definamos la frontera de los dominios del Sol.
Si ésta se sitúa en la órbita del planeta de tamaño regular más exterior
(Neptuno), entonces los Voyager ya la han atravesado hace tiempo;
probablemente no existan ya Neptunos por descubrir. En caso de que
definamos los límites exteriores del Sistema Solar en la heliopausa –donde
las partículas y campos magnéticos interplanetarios son reemplazados por
sus contrapartidas interestelares-, entonces podemos afirmar que
los Voyager han alcanzado esta región. Pero si la definición de los
bordes del Sistema Solar, corresponde a esa distancia a la cual el centralismo
gravitatorio del Sol es incapaz de mantener mundos en órbita a su alrededor, en
este caso las sondas Voyager no dejarán el Sistema Solar en cientos
de siglos.
Débilmente
afectada por la gravedad del Sol que se propaga en el espacio en todas
direcciones, se encuentra esa inmensa horda de un billón de cometas o más,
sumida en el frío y la oscuridad: la Nube de Oort. Las
dos naves espaciales concluirán su periplo a través de la Nube de
Oort aproximadamente dentro de veinte mil años. Luego, por fin,
completando su largo adiós al Sistema Solar, liberándose para siempre del yugo gravitatorio que los había mantenido encadenados al Sol, los Voyager llegarán
al mar abierto del espacio interestelar. Solamente entonces dará comienzo la fase
dos de su misión. Con sus transmisores de radio fallecidos mucho
tiempo atrás, las naves deambularán durante incontables años por la tranquila y
fría negrura del medio interestelar, donde no hay prácticamente nada que
pueda erosionarlas. Permanecerán intactas durante mil millones de años o más,
circunnavegando el centro de la galaxia Vía Láctea.
No sabemos
si existen en la Vía Láctea otras civilizaciones que
naveguen por el espacio. Si las hay, no sabemos cuántas son, ni mucho menos
dónde se encuentran. Pero existe al
menos una posibilidad de que, en algún momento
del futuro remoto, uno de los Voyager sea interceptado y
examinado por alguna nave extraterrestre.
Por eso, cuando los Voyager partieron
de la Tierra con rumbo a los planetas y las estrellas, se llevaron
consigo un disco fonográfico recubierto de oro que contenía entre otras cosas,
saludos en 59 idiomas humanos, una grabación del lenguaje de las ballenas, un
ensayo evolutivo en audio de doce minutos de duración sobre «los sonidos de la
Tierra», que incluye un beso, el llanto de un bebé, el registro del
electroencefalograma con las reflexiones de una joven enamorada, 116
imágenes codificadas sobre nuestra ciencia y nuestro planeta nuestra
civilización y nosotros mismos; y también noventa minutos de la mejor música
del mundo.
El espacio
interestelar está casi vacío. No existe virtualmente ninguna posibilidad de que
uno de los Voyager penetre alguna vez en otro sistema solar, y
ello es cierto incluso en el caso de que cada estrella del firmamento estuviera
acompañada de planetas. Las instrucciones en las fundas de los discos,
-escritas en lo que consideramos jeroglíficos científicos fácilmente
comprensibles- podrán ser leídas, y entendido el contenido del disco, solamente
si seres extraterrestres en algún momento del futuro encuentran un Voyager en
las profundidades del espacio interestelar. Y dado que los Voyager estarán
dando vueltas por el centro de la galaxia Vía Láctea por
millones de años, queda muchísimo tiempo para que los discos puedan ser
hallados, si es que hay alguien ahí afuera para efectuar el
descubrimiento.
No podemos saber hasta qué punto los extraterrestres
comprenderán los discos. A buen seguro los saludos les resultarán
indescifrables, aunque puede que no la intención que entrañan. Al haberse
originado y haber evolucionado de forma
independiente en otros ambientes, se tratará sin duda de seres muy diferentes a
nosotros. ¿Seguro que podrán entender algo de nuestro mensaje?. Pero sea
cual sea el grado de comprensión del disco de los Voyager,
cualquier nave extraterrestre que los encuentre dispondrá de otros elementos
para juzgarnos. Cada Voyager constituye un mensaje en sí
mismo. Con su finalidad de exploración, la elevada ambición de sus objetivos,
su total ausencia de intención de causar daño y la brillantez de su diseño y
funcionamiento, estas sondas robotizadas hablan elocuentemente en nuestro
favor.
Siendo científicos e ingenieros mucho más avanzados que nosotros —pues
de otro modo nunca habrían sido capaces de hallar y recoger las diminutas y
silenciosas naves en el espacio interestelar—, quizá los extraterrestres no
tengan dificultad en descifrar lo que llevan codificado esos discos de oro.
Puede que ellos, reconozcan el carácter estrictamente accidental de nuestro
mundo y existencia, el carácter provisional de nuestra especie y de nuestra
sociedad, el desajuste entre nuestra tecnología y nuestra sabiduría. Y se
pregunten, tal vez, si desde que lanzamos las Voyager
nos hemos extinguido, incluso destruido a nosotros mismos o si, por el
contrario, hemos avanzado hacia formas de vida más sofisticadas.
Pero cabe también la
posibilidad de que los Voyager nunca lleguen a ser
interceptados, porque quizás no haya nadie ahí fuera para interceptarlos. Quizá
en cinco mil millones de años nadie se los encuentre. Y cinco mil millones de
años es muchísimo tiempo. En ese plazo, todos los humanos se habrán extinguido
o habrán evolucionado hacia seres diferentes, nada y nadie sobrevivirá sobre la
Tierra, los continentes -debido a la deriva continental y a la
subducción de la litosfera en los límites de convergencia de las placas
tectónicas- se habrán alterado hasta quedar completamente irreconocibles o
destruídos, y nuestro propio planeta orbitando en torno a un sol en agonía
habrá quedado reducido a un montón de cenizas o se habrá transformado en un
remolino de átomos.
Lejos de casa, imperturbados por acontecimientos tan remotos, los Voyager continuarán
navegando por el espacio hasta el final de los tiempos, portando consigo la memoria de
un mundo ya extinguido.
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